a) El habla. En este contexto, hablar significa en
primer término el proceso mediante el cual los órganos del habla producen las
palabras audibles. El hombre aprende a hablar en la infancia. El hablar puede
resultarle difícil, por ejemplo, durante una enfermedad o en un estado de
extremo agotamiento. Hay quien habla en voz alta y perceptible y otro que habla
en voz tan baja que apenas se le puede entender. También es posible trabarse en
una palabra cuando uno no logra la pronunciación correcta o se entromete otra
palabra perturbadora. La palabra hablar se refiere por lo tanto en primer lugar
al proceso como tal, sin tener en cuenta el contenido de lo hablado. Se dice
que alguien que pronuncia un discurso sigue hablando, cuando se quiere expresar
el hecho de que no ha llegado al fin de su discurso. Así se lee en
un
escrito de Varnhagen: "Habló mucho, sin decir mucho", lo que ilustra
nuevamente cómo el hecho del discurrir se diferencia de su cumplimiento
intrínseco, pero la palabra hablar también puede referirse al contenido. Se
habla de algo o sobre algo. Hablando se puede expresar
algo
que antes se había callado. Se puede hablar entre varios sobre una cuestión.
Alguien está disponible para hablar con otro cuando se ocupa de su cuidado y en
ciertos casos, por ejemplo como médico, puede establecer determinadas horas de
consulta para hablar con sus pacientes. También se dice que alguien habla bien
o mal de otras personas. Y así el hablar es una actividad mediante la cual uno
se dirige a otro hablando, y de ello surge y se desarrolla luego la
conversación como proceso del hablar los hombres entre sí. Al dar alguien
"su palabra “surge de modo acentuado la promesa de algo que uno está
obligado a cumplir en determinado momento.
En este
contexto se ve colocada finalmente la amplia noción de lenguaje.
-Las
formas simples del habla. A
fin de no pasar por encima de las formas más simples del habla, mediante las
cuales los hombres se sirven del lenguaje en su vida cotidiana, tal vez sea
ventajoso tratar de observar cuidadosamente todo lo que un hombre habla en el
curso de un día. En general no se trata siquiera de oraciones completas, como
lo piden los gramáticos, y menos de configuraciones mayores y coherentes, sino
más bien de aislados fragmentos de frases y palabras, que les sirven a los hombres
para entenderse mutuamente en la convivencia y la colaboración. Los gramáticos
encuentran para ello la
siguiente
explicación: lo que se sobrentiende en una situación dada, no requiere ser
especialmente dicho. Si, por ejemplo, en la ventanilla de una estación
ferroviaria, pido "Stuttgart, dos de segunda", no tengo por qué
añadir que se trata de dos pasajes de segunda clase que quiero comprar. Así la
palabra "¡agua!" puede significar varias cosas según la situación
dada, ya sea que quiero beber algo, ya sea que estoy diagnosticando un líquido
hasta ahora desconocido o bien que durante una perforación he
llegado
a una capa de agua, etc. Y así ocurre siempre según los casos correspondientes.
La palabra rellena en cada caso los lugares abiertos que no quedan indicados
por la situación misma. Únicamente por razones de cortesía se reemplaza en muchas
ocasiones esta forma simple por otra más rica.
Al
respecto hay que distinguir también entre las diversas formas simplísimas de la
comunicación idiomática. Así ya desde el punto de vista gramatical percibimos
la separación entre pregunta, orden y declaración. La multiplicidad de las formas
reales, empero, es mucho más vasta y excede lo que llega a expresarse en la gramática.
La forma más nítida que se destaca es la de la pregunta. Pero ni siquiera ésta
es forzosamente reconocible debido a su formación gramatical. Puede expresarse
perfectamente en el simple tono de la voz, puede sentirse hasta en una simple vacilación,
puede estar contenida en el contexto de una conversación sin que se la enuncie
o se la exprese del todo.
Por
otra parte, una pregunta puede cobrar una forma cortés ("sería usted tan
amable..."), lo que en realidad implica un deseo o un ruego. En este
sentido podría desarrollarse una vez más toda la escala de derivaciones desde
la orden tajante, pasando por el deseo y el tácito ruego, hasta la proposición
que a nada compromete. Lo más difícil es hallar lo que idiomática-mente
parecería ser lo más simple: la sencilla declaración (indicativa). Ésta parece
no existir del todo en forma independiente. Tal vez se la encuentre en su forma
más pura sólo como respuesta a una pregunta. Pero en este caso su condición como
tal obedece ya a un nexo más complejo.
b) El discurrir. Hacia un contexto diferente conduce la palabra
discurrir. A este respecto tal vez resulte útil
señalar que el discurrir, derivado del sustantivo discurso, procede en primer
lugar del ámbito jurídico-político. El discurso es en sus comienzos la cuenta
que uno rinde ante un tribunal. Se discurre para dar cuenta de algo y también
para pedir cuentas a alguien. Aun cuando la palabra se aplica hoy en un sentido
más general, en muchos de sus giros resuena todavía su procedencia jurídica.
De
acuerdo con esta procedencia, el discurso viene a ser algo así como una
exposición idiomática coherente en general sin que envuelva ahora el sentido de
una responsabilidad. Uno pronuncia un discurso, siendo el orador el que discurre.
Lo que capacita para ello es la locuacidad.
En
ocasiones puede desarrollarse una asombrosa avalancha o corriente discursiva.
Pero también se puede discurrir acerca de algo que no merece el discurso. A menudo
apenas puede discriminarse entre hablar y discurrir. Se habla o se discurre
acerca de algo. Uno también admite el discurso del otro cuando no se empecina
en su propio punto de vista. Pero también se dice: a éste le resulta fácil
hablar, cuando se trata de discurrir sobre un asunto que no le toca directamente.
Así surge el mero hablar o discurrir, el discurso vacuo, sin contenido, y se desarrolla,
por consiguiente, en un sentido peyorativo, el palabrerío irresponsable, la habladuría,
el chisme (como asimismo el rumor). Aun cuando se considere al lenguaje en un
sentido general como una capacidad de hablar, el discurso no deja de ser, con
todo, expresión de un contexto determinado, pronunciado aquí y ahora. Así
existe por cierto una aptitud para hablar, pero un talento para discurrir.
Existe
un lenguaje afectado, pero un discurso alimentado por el arte y la tendencia al
efecto.
Existen determinados giros discursivos,
estilos de discurso, etc, que constituyen siempre formas del discurso hablado.
De tal modo, si bien es posible hablar entre dos o varios, discurrir se puede
únicamente en forma individual y en presencia de oyentes. Sin duda no es
necesario que nos ocupemos aquí de diferencias más sutiles, aun cuando los deslindes
en el uso idiomático difieren mucho localmente, según las comarcas.
c) El decir. Cosa diferente es el decir. Mientras que
el discurrir y el hablar pueden emplearse en un sentido absoluto, esto es, para
indicar simplemente una actividad sin prestar atención al contenido de lo que
se discurre o se habla, el decir requiere siempre la indicación de un
contenido. Siempre se dice algo que, por lo general, se añade mediante una
oración que comienza con que,
o bien
mediante sentencias indirectas. Cuando en una página de Rilke leemos:
"Díle (al ángel) las cosas”, donde aplica un acusativo directo, esto
implica un viraje acentuadamente duro respecto al uso común del lenguaje y sólo
es admisible dentro del lenguaje poético. Tener algo que decir significa luego
tener una opinión pertinente sobre el asunto respectivo. Cuando ya no se tiene nada
que decir significa que uno ha llegado al término de su exposición, que ha
agotado sus argumentos. Por otra parte, mientras se habla con alguien, lo que
se dice se dirige a ese alguien. Esto implica una más fuerte direccionalidad unilateral
hacia el otro. Con ello se da un paso fuera de la reciprocidad de la
conversación. Lo dicho viene a ser más que una mera comunicación y casi está a
punto de transformarse en una orden. En este caso, tener algo que decirle a
alguien equivale a tener que ordenarle algo, y el otro admite entonces que se
le diga de esta manera, vale decir que acepta las directivas. A la inversa
también se oye: éste nada tiene que decirme, no tengo por qué aceptar órdenes
de él.
Lo
dicho designa siempre una determinada objetivación de hechos; se habla de la
"cosa dicha", y ésta denota siempre cierto carácter objetivador y
pretende hasta cierto punto ser tomada como cosa definitiva. Si bien es posible
discurrir y hablar durante largas horas y hablar también en torno a algo, eludiendo,
con muchas palabras, una decisión clara, sólo se puede decir algo de un modo directo,
y cuando está dicho, asunto concluido.
Así se dice
algo que implica una promesa o una negativa, etc.; lo cual tiene siempre algo
que compromete y que no poseen los otros vocablos del cotejo que hemos propuesto.
“Ya te lo dije una vez" es una frase que involucra una recriminación, pues
significa: no has querido escucharme, no lo has tomado en cuenta.
Así
existe lo decible y lo indecible, pero ningún opuesto correspondiente en el
caso de los verbos hablar y discurrir. Existe por cierto también lo
impronunciable cuando se habla, pero esto tiene otro sentido: es impronunciable
lo que bien podría decirse, pero no se debe pronunciar; indecible en cambio es
aquello que se sustrae a la posibilidad de la expresión idiomática. En tal
sentido debe entenderse la máxima Individuum est inefabile: el individuo no es expresable en absoluto
con medios idiomáticos.
Aquí
hemos de mencionar como sustantivo también la saga,* que
primitivamente significaba lo dicho en general, lo que se decía, aunque luego
fue estrechándose este significado en el sentido de una información no garantizada,
a diferencia del hecho histórico.
d) La palabra. En otra dirección nos encamina la palabra.
Resulta
significativo que en este caso se trata de un sustantivo, con el cual no se
coordina ningún verbo.3 Ello señala que el hablar y el decir son actividades
capaces de continuar al infinito, pero que en la palabra, en cambio, ya se nos
presenta siempre un determinado resultado.
He aquí
la palabra definida, expresa. Es notable que la palabra "palabra"
tenga —sin duda en diversos idiomas—un singular doble significado. Representa
en primer lugar la palabra individual tal como queda registrada en los
diccionarios: la última y más simple partícula de la lengua (que en su forma
escrita se diferencia de otras palabras aun exteriormente y marcando
distancias). La palabra es así la más pequeña unidad semántica, indivisible, dentro
del contexto significante de la oración.
(Cuando
se sigue desintegrando la palabra en sílabas y letras ya se sale del contexto
significante del lenguaje y se pasa a partes integrantes que en sí mismas
carecen de sentido.)
Pero la
palabra tiene otra significación más (y sin duda
más primitiva). Es la palabra dicha, el dictum, la
palabra pronunciada en determinada ocasión, que en tal caso se compone de
varias e incluso muchas palabras. Así en un debate uno pide la palabra cuando
piensa que tiene algo que decir en lo que respecta a alguna cuestión discutida,
y se le concede la palabra. Si alguien tiene la palabra, eso quiere decir que
tiene el derecho de hablar en ese momento. Al designar como palabra lo que se
ha dicho en determinada ocasión se quiere decir que no se trata de una vacua
charla, sino que en tal palabra se ha condensado el sentido del discurso en una
configuración destacable que, una vez pronunciada, permanece, que es transmisible
en su forma dada y vale como pauta en un futuro. En este sentido la palabra que
se le da a otra persona es la palabra de honor. Pero también se entiende así la
palabra poética, la palabra aforística, etc. Así, se habla de la "palabra
de Dios", de la que Lutero exige: "La palabra que ellos deben dejar
intacta".4 Se ha intentado establecer una discriminación entre estos dos
significados de la palabra "palabra", aplicando al primero de ellos la
definición de vocablo o voz, y al segundo la de palabra en un sentido más alto.
Pero esto implica una regulación bastante artificial, y el uso lingüístico
natural continúa siendo vacilante. Ello parecería indicar que las dos acepciones
son en verdad difícilmente separables y que más bien se asocian de modo
estrecho. En todo caso, la palabra es lenguaje condensado, configurado, y
elevado de este modo por encima de la corriente del tiempo. Tiene así el
carácter de lo que queda establecido de una vez por todas. La palabra es algo
firme. De ahí que también pueda decirse: "De una palabra no puede quitarse
ni jota".
La
palabra es siempre aquello a lo que le han conferido la palabra. Y muchas cosas
en el dominio humano no obtienen la palabra, esto es, quedan en lo indeciso. La palabra es siempre lo que
mediante una configuración determinada se destaca por sobre la corriente de la
vida. Es lo una vez dicho y que ya no admite retractación. Sin embargo, esta
firmeza alberga simultáneamente un peligro, pues debido a ella la palabra puede
apartarse relativamente del sentido de lo dicho. Se puede recurrir a numerosas palabras,
también a palabras vacías. Toda la generación del lenguaje tiene su origen en
esta característica de la palabra.
Y
viceversa, tomar algo al pie de la letra puede significar sin duda: adherirse a
la forma externa de la palabra y errar así la comprensión del sentido a que se
aspira. Las hazañas de algunos humoristas, juglares de la palabra, se basan en
gran medida en la incitación a tomar literalmente lo que se dice, de un modo
que desfigura el sentido. De esta inseguridad surge la necesaria tarea,
relacionada con la esencia misma del lenguaje, de interpretar correctamente lo que
se dice. Con el lenguaje se da simultáneamente el problema de la interpretación,
cuya importancia va en aumento en la medida en que lo que se dice llega a objetivarse
en forma escrita.
De la
palabra deriva finalmente la palabra que responde. Responder significa en
primer lugar levantar la voz frente a lo que dice el otro y es asimismo un
vocablo que ha surgido en el ámbito jurídico. El acusado debe responder al acusador.
Así se desarrolla ya tempranamente el significado generalizado de responder o
contestar, mientras que el significado original de la palabra se ha conservado
en la voz responsabilidad, ante todo en el giro verbal: hacerse responsable, o
sea justificarse ante alguien.
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